jueves, 19 de febrero de 2015

Religión y Moral - Para Grado noveno CBH Tulua

TEOLOGÍA MORAL 

Introducción

Sin hacer referencia a las definiciones y descripciones que de ellas se dan, aquí por religión se entiende la relación de comunión con Dios ("ordo ad Deum") vivida y expresada en hechos que miran a su adoración y glorificación. Mientras que la ética filosófica estudia la relación con Dios del hombre en cuanto tal, la teología moral estudia la del hombre que se encuentra ya referida a Dios gracias a la inserción sacramental en el misterio cristiano de salvación.
El tema religión-moral, para plantearlo correctamente y resolverlo adecuadamente, requiere que se analicen los dos términos en el doble sentido que va de la religión a la moral, y viceversa. Por tanto, en una primera parte se estudiará el nexo que establece la tradición judeo-cristiana entre relación con Dios y comportamiento ético, relación que no puede ya en los tiempos cristianos prescindir del aspecto sacramental. Una segunda parte estudiará el deber que tiene la moral hoy frente a la religión, o mejor al hombre moderno (de este hombre moderno es interlocutor privilegiado el hombre secularizado, aunque habrá que extender el diálogo al hombre nihilista, etc.), para que pueda vivir la experiencia religiosa, así como frente al pueblo, para que se le respete y ayude en su religiosidad. Una tercera parte, en lugar de detenerse en los actos religiosos particulares, puesto que de ello se trata específicamente en otras voces del diccionario, se limitará sólo a algunas indicaciones morales.
1. LA SEPARACIÓN RELIGIÓN-VIDA Y EL HOMBRE DE HOY. El hombre de hoy considera el mundo como tarea y responsabilidad suya; tiene la convicción de ser protagonista de la historia; advierte que todo debería ordenarse al servicio del hombre.
Debido al abismo que se ha creado entre religión y vida, culto y vida, el hombre moderno, considerando la religión como separación del mundo, de los lugares y de las actividades profanos, está convencido de que ésta "aparta de la edificación de la ciudad terrena" (GS 20). Así considerados, religión y culto son colocados como alternativa al mundo: el hombre moderno, para no desertar del mundo y para no abdicar de su responsabilidad, deja la religión y el culto.
En efecto, muchos cristianos dividen la realidad en dos sectores que no se comunican entre sí: el mundo de lo profano y el mundo de lo cultual y sacro; la religión y el culto se convierten en un mundo aparte al cual nos retiramos "para estar con Dios". Echando una mirada a las comunidades cristianas, se comprueba que el culto y los sacramentos están junto a la vida real sin ejercer en ella influjo alguno; difícilmente el hombre contemporáneo podría descubrir partiendo de la praxis cristiana la relación culto-vida. El culto a menudo se agota en el momento ritual, sin desembocar en la vida.
El Vat. II no vacila en ver en la separación religión-vida, culto-vida, una de las causas del ateísmo y de la arreligiosidad imperantes (cf GS 19 y 21), contándolo "entre los errores más graves de nuestro tiempo" (ib, 43) y cualificándolo como "escándalo" (l. c.). Y la denuncia va más allá: contempla la superación en la "síntesis vital" (l.c.) entre fe, religión y culto, por una parte, y compromisos humanos, domésticos, profesionales, científicos y técnicos, por otra.
2. MIRADA A LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA MORAL. Tomás de Aquino trata de la virtud de religión en la Summa Theologiae II-II, qq. 80-100.
Aunque la coloca entre las virtudes morales, puesto que tiene como objeto inmediato no a Dios, sino los actos de culto (cf q. 81, a. 5), la pone en estrecha relación con las virtudes teologales que, además de expresarse en ella (cf q. 101, a. 3, ad 1), estimulan el ejercicio de la virtud de religión ("causant actum religionis": q. 81, a. 5, ad 1), e incluso hacen que el hombre se dé a sí mismo a Dios mediante los actos de culto (cf q. 82, a. 2, ad 1).
Santo Tomás se preocupa también de poner la virtud de religión en relación con las otras virtudes morales; ella inspira y estimula su ejercicio y ordena todo a la gloria de Dios: la moral -y por tanto la vida entera está así animada por la virtud de religión y adquiere un carácter cultural (cf q. 81, a. 5, ad 1; q. 88, a. 5) y sacrificial (cf q. 81, a. 4, ad 1).
Al unir en la virtud de religión las virtudes teologales y las morales, Tomás de Aquino salva la relación entre gracia, vida teologal y religión y entre religión y vida: salvaguarda de este modo al hombre en su unidad, porque le ayuda a hacer la síntesis entre fe, gracia y religión, lo mismo que entre religión y vida.
Si echamos una rápida mirada a la historia de la moral de los siglos sucesivos, nos encontramos con tratamientos diversos en la estructuración, pero sobre todo en la concepción.
Los manuales que siguen el esquema del decálogo (cf, p.ej., H. NOLDIN, Summa theologiae moralis II, Innsbruck 195731) presentan la religión como un conjunto de deberes que hay que cumplir ante Dios; les falta una inspiración teológica unificadora, así como una visión dinámica; las virtudes teologales y la virtud de religión, además de estar yuxtapuestas, son presentadas de manera estática, y no en cuanto expresiones del ser cristiano. No aparece si y cómo puedan y deban ser principios inspiradores de comportamiento; la religión es un momento de la vida, pero sin influir en ella. Falta también el nexo con los sacramentos.
De los manuales que siguen el esquema de las virtudes, mientras que algunos, a pesar de su diversa estructura, en los contenidos terminan reproduciendo las características negativas de los manuales según el decálogo (cf, p.ej., A. LANZA y P. PALAZZINI, Theologia moralis II, Turín 1955), sólo unos pocos siguen a santo Tomás, además de en la estructura, también en la preocupación de unidad entre religión y vida moral en contra de los peligros de la fragmentación y del paralelismo (cf, p.ej., Iniciación teológica II, Herder, Barcelona 1962).
Los manuales más recientes que siguen el esquema de las relaciones y del amor (cf, p.ej., G. MAUSBACH, Teología Moral Católica, 3 tomos, Eunsa, Pamplona 1971-1974; B. HARING, La ley de Cristo II, Barcelona 19654) presentan los deberes religiosos como expresiones de la vida divina que se nos ha dado en Cristo y como participación en la alabanza de Cristo y de la Iglesia. Además ponen en estrecha relación religión y sacramentos. La vida, o sea, el vasto campo de la moral, es referida a la religión.
I. La religión, fundamento de la moral
1. LA MORAL CRISTIANA ES UNA MORAL RELIGIOSA. En la vida de muchos hombres, moral y religión son distintas: es fácil encontrar hombres que son profundamente morales, aun siendo arreligiosos, y otros que, aun siendo religiosos, no deducen su comportamiento de Dios. Muchos sistemas éticos parten del hombre; la moral es vista como el autoperfeccionamiento del hombre, y la religión como medio para perfeccionarse a sí mismo.
La moral cristiana es una moral religiosa; ya el AT funda la moral no en el hombre, sino en la alianza; en efecto, el comportamiento de Israel brota del pacto con Dios, o mejor de las exigencias que Dios hace en este pacto; para el NT la moral se funda en la relación del hombre con Cristo (cf Jn 13-17). Mientras que en la moral del autoperfeccionamiento la relación con Dios es uno de los comportamientos, en la moral religiosa es el fundamento de todo comportamiento; da forma y valor a toda la moralidad.
Característica de la acción de Dios es el hecho de escoger libremente a los suyos, sin mérito alguno de su parte (cf, p.ej., Dt 7,7-12; Ef 1,3-14; 2,8); Dios llama a la santidad, a vivir con él y como él (cf, p.ej., Gén 17,12; Miq 6,8; Ef 1,4). Por todas partes destaca el carácter teocéntrico de la moral cristiana: el fin primario no es perfeccionarse a sí mismo, aunque esto está incluido, sino responder a Dios, acercarse a él y ser como él quiere, a saber: semejantes a él, en lo que está incluida la perfección. El fin de la moral cristiana es la gloria de Dios (cf, p.ej., Is 43,21; lPe 2,9). La moral cristiana es un vivir según la palabra de Dios; es una respuesta a la llamada de Dios.
La moral, además, es respuesta a las exigencias de Dios: él funda las exigencias en los dones que ha dado por anticipado. El AT (cf Éx 20,2-17; Jos 24,1-24) hace preceder a las varias instancias un prólogo histórico, donde se enumeran los dones de Dios y su iniciativa gratuita; el NT subraya en todas partes el primado de la gracia, del amor de Dios. "Jesús fue a Galilea a predicar el evangelio de Dios, y decía: se ha cumplido el tiempo y el reino de Dios está cerca; arrepentíos y creed en el evangelio" (Mc 1,14). Jesucristo inicia su ministerio, no formulando instancias al hombre, sino llevando el mensaje del amor de Dios. Los escritos apostólicos pasan del indicativo de la buena nueva -es decir, de la predicación de lo que Dios ha realizado por los hombres al imperativo para la vida cristiana: "Antes erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor (= indicativo). Caminad, pues, como hijos de la luz (= imperativo)" (Ef 5,8; cf también Jn 3,16-17; Un 3,9-10; Col 3; ICor 5,6-8; 1Pe 1,13-17; 2,9-10).
La moral religiosa se funda en los dones de Dios y está orientada a la alabanza de la gracia; toda ella está estructurada sobre el primado de la gracia, sobre evangehum et lex, y no viceversa; la economía de la /ley nueva saca su fuerza y su valor de la / gracia; el conocimiento de la norma de la nueva ley se tiene, por tanto, con el conocimiento de los dones de Dios.
2. RELIGIÓN Y SACRAMENTOS. La salvación mediante la cual Dios en su gran amor va siempre cada vez más al encuentro de los hombres "para invitarlos y admitirlos a la comunión consigo" (DV 2) alcanza su vértice cuando "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; y nosotros vimos su gloria, gloria como de unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). La alianza o religión se profundiza hasta el punto de que Dios se convierte en hermano, amigo y compañero del hombre.
Esta relación con Dios -religión- se objetiva en los / sacramentos: misterios de la vida de Jesucristo, que se hacen misterios de salvación, de comunión y de vida nueva. El encuentro de Dios y con Dios se tiene ahora de modo privilegiado en el encuentro sacramental con Cristo Señor, acontecimiento de don supremo de comunión. El Hijo de Dios, en efecto, al hacerse hombre, ha dado a los hombres la posibilidad de participar de la vida trinitaria; la profunda relación de comunión se expresa con las imágenes de los sarmientos y de la vid, que es Cristo (Jn 15,1-8), de los miembros y del cuerpo, del que Cristo es cabeza (Ef 4,15s).
Esta comunión de vida es más que un don ontológico; es un nuevo principio de acción. No basta vivir la vida moral; es necesario que sea una vida divina, es decir, que brote de la participación de la vida trinitaria mediante la gracia. Pues la gracia es la forma última y excelsa del hombre, y por tanto la norma de su obrar; el don de la comunión que nos hace hijos en Cristo constituye para el cristiano su ser y su deber, indicativo e imperativo al mismo tiempo. La gracia debe entenderse sobre todo como energía y como acción del Espíritu Santo en el cristiano; cuando el creyente se deja conquistar por la gracia, el imperativo del vivir en Cristo se ve como querer y como amor personales. Porque al participar de la vida de Dios, se participa del amor trinitario, que permite amar como Cristo ha amado; Cristo entonces se convierte en ley, no sólo porque se convierte en medida existencial, y por lo tanto en norma, sino sobre todo porque a través de la obra de la gracia del Espíritu da la voluntad y el amor para comportarse de manera correspondiente. Cristo es ley mucho menos a través de acciones y exigencias exteriores que porque plasma y guía el interior del creyente.
La vida trinitaria en Cristo se obtiene mediante los sacramentos que, cristificando, divinizan al hombre. Ellos, al crear una estrecha relación con Dios, infunden en el hombre el amor y la vida de la Trinidad, para que impregne todo el mundo: el cristiano no debe impedir ese curso, sino favorecerlo con su vida moral.
San Juan expresa la fuerza imperativa de los sacramentos con la fórmula permanecer: se debe permanecer con la vida en lo que Dios ha realizado con los sacramentos. Dios ha promulgado su ley -ley de gracia- por medio de la vida, de los ejemplos y de la palabra de Jesucristo, pero sobre todo mediante la efusión de la gracia; los sacramentos, al producir la gracia, enseñan la ley de la grac.
3. RELACIÓN ENTRE SACRAMENTOS Y NORMAS MORALES. Agere sequitur esse: tarea de la ética es descubrir e indicar el agere en relación al esse. La moral cristiana se encuentra ante un esse en el cual, además del elemento natural, hay un elemento sobrenatural; un esse que, además de ser término de la acción creativa, es también término de la acción salvífica de Dios en Cristo. Brevemente, el esse con el que trabaja la moral cristiana es un ser sacramental, que encuentra su origen y su alimento en los l sacramentos. El obrar cristiano, por consiguiente, es un obrar sacramental, es decir, encuentra en los sacramentos su fuente y su norma.
El Vat. II, siguiendo las huellas de la literatura apostólica y patrística y de la praxis litúrgica, considera los sacramentos como "fuente" de la vida cristiana, en el sentido de que los fieles deben manifestar en la vida lo que se han hecho gracias a los sacramentos recibidos en la celebración del culto (cf SC 10; LG 7).
La liturgia, en la línea de la teología conciliar, considera la vida cristiana en clave sacramental: todos los comportamientos -personales, sociales y eclesiales= son presentados como exigencias de la vida nueva comunicada por los sacramentos. La renovación litúrgica nos presenta los sacramentos como fuentes de esta vida nueva; constituyen, pues, también las normas concretas del comportamiento cristiano, que debe traducir en las obras lo que el signo sacramental significa y realiza para los fieles. Es siempre el ser, pero el ser sacramental, el que preside el obrar.
La Iglesia, comunidad cultual por estar edificada por los sacramentos, debe buscar las normas de su obrar en ellos: toda celebración, en el momento mismo que la edifica, a la vez la compromete; la Iglesia, a la vez que recibe los dones de Dios, debe descubrir las exigencias de vida que hay en ellos y de ellos brotan. Para la comunidad cristiana el momento litúrgico sacramental no es uno de tantos momentos, y menos aún es un momento alienante; es, por el contrario, el momento del que se origina su obrar y en el cual descubre ella las direcciones que ha de seguir.
La eucaristía es la celebración de la muerte y la resurrección de Cristo; es el momento que funda las actitudes de la comunidad. El domingo es un don precioso de Dios. En él celebramos la eucaristía; y la eucaristía es una escuela de vida, pues hace brotar de la celebración del resucitado el deber de la esperanza y del anuncio pascual, y de la celebración del "pan partido" el deber de la comunión. Es la antigua convicción de Ignacio de Antioquía de que los cristianos deben vivir según el domingo (katá kyriakén zontés: Magn. 9,1). El resucitado, además de ser el motivo de la alegría cristiana, es, para la comunidad, el criterio valorativo y orientador del presente en la historia personal y social, pues él es la realización plena del hombre nuevo; la Jerusalén celeste es el modelo de la sociedad donde se puede vivir con plena libertad y en comunión. Es función de la comunidad que celebra el misterio del resucitado descubrir los comportamientos que brotan en continuidad de la resurrección y que a ella conducen, y los que la rechazan o reniegan de ella.

Considerar los sacramentos, cosa que han hecho los manuales, como "deber" o "ayudas" de la vida cristiana significa empobrecerlos, no percibir su realidad de fundamento y fuente de la vida cristiana. Es muy significativo y esclarecedor el método de la catequesis mistagógica que encontramos en los Padres: dan las normas de la vida cristiana a partir del sacramento celebrado (cf SC 59). Si el culto, en el momento en que es alabanza de Dios, se convierte en experimento de las normas de comportamiento para la comunidad celebrante, los cristianos serán un signo de novedad para el mundo; es la única manera de demostrar que la religión es una fuerza que transforma la vida, y no una alienación, una fuga del mundo.

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